Más que guerreros.
Este artículo lo escribí el 26 de Junio de 2006, a raíz de la lectura del artículo de NatGeo Historia. No es necesario leerlo, porque la reflexión que hago se entiende perfectamente sin él, aunque es una pena no tenerlo ya disponible.
Esta mañana he estado leyendo el artículo de Óscar Martínez «Micenas: cuna de guerreros. Los conquistadores de Troya» en la revista HISTORIA de National Geographic, el número 43.
Tengo que decir que, aparte del artículo (del que hablaré algo más abajo), me han encantado tres de las ilustraciones. No puedo ponerlas por asuntos que ya imaginaréis, pero sí os las puedo describir. La primera, la foto de Micenas tomada desde el aire, porque se puede ver perfectamente la altura que tiene la colina. La segunda, el dibujo casi a dos páginas de lo que podría haber sido en su día Micenas. Me parece estupenda. Había visto planos y alguna reconstrucción del estilo, pero sólo de edificios concretos. Y la tercera, la foto desde lo alto de la Puerta de los Leones, de noche e iluminada.
Es una pena que ya no esté disponible en su web, pero básicamente se centraba el caracter guerrero de los micénicos. Su lectura me ha suscitado una pequeña reflexión.
El artículo habla y explica perfectamente el carácter guerrero de los micénicos. Y con las fotos al lado de las murallas de 4 metros de alto y de 3 a 7 de ancho, una no puede evitar tampoco en pensar en el carácter rudo y empecinado del que no debieron carecer tampoco, ya que unos soldados fuertes y descerebrados, sin coordinación, no habrían podido levantar una civilización como aquella.
El carácter tosco, por decirlo de alguna manera, es inseparable de la forma de vida que llevaban.
A juzgar por los alimentos que aparecen en las tablillas, comían a base de olivas, higos, cereales y poco más. El vino, la carne, la miel y productos marinos y de caza serían casi exclusivos del wánax, su séquito, los invitados a palacio y quizá algún día de fiesta. La vida cotidiana de artesanos, labradores, albañiles y gente de la calle ya podemos imaginar lo dura que pudo llegar a ser en aquella época, como hasta hace relativamente poco en pueblos que no nos quedan tan lejos. En el mío aún hoy la gente fertiliza la tierra de sus huertas con la ceniza de la cocina de leña de sus casas o recuerdan el remedio de quemar cuerno de cabra para ahuyentar culebras.
El carácter implacable me recuerda al de Alejandro en el asedio a la Isla de Tiro. Ya sé que son épocas distintas, pero la fuerza del ánimo de ambas partes se me hace parecido al compararlos así. Alejandro quería Tiro y consiguió Tiro. Los Micénicos querían Cnosso y consiguieron Cnosso. Querían el poder marítimo, los botines de otras ciudades…
La fortificación de Micenas, ejemplo conocido ya por los antiguos como unas “murallas ciclópeas”, son muestra del empeño de una gente tan dura, guerrera y obstinada. Esas murallas ciclópeas son las del segundo momento de la construcción de la primera fortificación, cuyos sillares tallados pesan una media de dos toneladas y están cortados con una sierra pendular manejada por dos individuos. Las murallas vienen a tener una estructura de dos paredes cuyo pasillo central relleno de cascotes, y se piensa que pudieron llegar a tener 12 metros de alto y 7 de ancho. Hay que añadir el sistema hidráulico subterráneo situado al norte, el sistema de aguante la puerta de los leones, las mejoras en el carro oriental y otras cosas que nos muestran lo ingeniosos que eran y sus ganas de defenderse y atacar.
Los Micénicos prosperaron, como prosperó Alejandro y como prosperó Roma, no sólo por ese carácter belicoso, si no porque eran gente dura e inteligente que quería prosperar.
Los ejércitos suelen estar muy jerarquizados y organizados, y el Micénico (aunque probablemente el grueso del ejército lo formaba gente no especializada del pueblo) tenemos constancia de que lo estaba.
Las ciudades amuralladas no son casualidad (aunque alguna carezca de murallas) ni tampoco por ejemplo la entrada en forma de embudo de la Puerta de los Leones. Y todo esto pasando por alto lo referido a la administración, al arte, a la religión…
Ahora conocemos la tumba del Guerrero del Grifo, con todo su espléndido ajuar y la puerta de conocimiento que nos puede abrir su hallazgo.
Mi pequeña reflexión es que no debemos separar este carácter curtido y trabajador del guerrero. Se da muchas veces esa imagen tosca de ésta y otras civilizaciones centrándose sólo en el poder de su fuerza, pero creo que es de valorar cómo prosperaron, cómo adaptaron hasta donde sabemos las bases de lo que se fueron encontrando, y cómo han conseguido que hasta hoy resuene, al menos, parte de su historia.
Eran, sin duda, más que guerreros.